31 ago 2008

NO HAY CONDENACIÓN

Nos hemos detenido en algo en lo que significa tener el punto de vista de cristo. Declaramos que es imposible para un cristiano ser un verdadero discípulo a menos que posea como propio el punto de vista de Cristo. He descubierto que eso es invariablemente cierto en mi propia vida personal. A menos que miremos un dilema en la vida de otro tal como Cristo lo ve, no somos capaces de ayudar a esa persona a tener una solución duradera al problema. A menos que enfrentemos los problemas que surgen en nuestra propia vida con el punto de vista de Aquel que nos ha redimido, no encontraremos soluciones viables.

Pero aun mas importante que ver los problemas desde el punto de vista de Cristo es la necesidad absoluta de mirar a otras personas, sean creyentes o incrédulos, como Jesucristo las mira. Para hacerlo. Para hacerlo, debemos salir completamente del marco. Con una percepción meramente humana, no importa lo adiestrado o agudo de la percepción, simplemente no podemos ver a los demás como los ve Jesucristo. Los vemos confundidos por nuestros impedimentos. Los vemos quebrados y machacados en los bordes, porque con demasiada frecuencia les meramos desde el punto de vista de la autojustificación, especialmente si ocurre que no hemos tenido la carga de algunas faltas o pecados particulares bajo los cuales pena nuestro prójimo. Lo vemos oscurecido a través de nuestra propia justicia. Lo vemos de un modo avieso y parcial porque ocurre que ellos han caído en un hoyo particular que, por la gracia de Dios, nosotros hemos sobrepasado.

O los vemos como extraños, fuera de nuestro mundo, mas allá de nuestra comprensión y por tanto con la casi imposibilidad de ser ayudados porque no hemos compartido su tribulación o pecado particular. Por ejemplo, si no hemos bebido poco ni mucho, miramos con ojos asombrados al alcohólico que sencillamente no puede dejar la botella aunque él o ella vena el daño que les está causando.

Nosotros, seres humanos, distorsionaremos a nuestro prójimo a través de nuestros ojos espirituales, a menos que tengamos el punto de vista de cristo. Y al fin solo podemos tenerlo por una rendición completa y total de nuestro yo (incluyendo nuestros preciados puntos de vista) en las manos del Dios viviente. Solo Cristo por medio del Espíritu Santo puede darnos el punto de vista que El tiene.

Creemos que el punto de vista de Cristo debe comenzar en la cruz de Cristo. No podemos mirar a nuestros prójimos humanos con el punto de vista de Cristo a menos que los veamos tal como El los ve: ¡Desde la cruz! y el punto de vista Cristo de la cruz es resumido en sus propias palabras, dichas desde ese instrumento de tortura: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Por lo tanto, el punto de vista de Cristo debe ser de no condenación, porque un punto de vista condenatorio implica solo una cosa: la justicia propia dentro del corazón del que condena. Y la justicia propia dentro del creyente implica solo una cosa: el punto de vista del creyente más que el punto de vista de Aquel en quien cree.

El círculo es vicioso y sutil.

Pero mirémonos en el molde de la vida terrenal de nuestro Señor por un momento. Nació en el lugar más humilde que pueda nacer un hombre. Creo que el Padre escogió un establo para lugar de nacimiento de su Hijo, para que ningún ser humano en las épocas venideras pudiera decir: “Mi trasfondo no es bastante bueno para poder ser cristiano”. Nadie, nadie puede nacer con un ambiente más pobre que el de nuestro Señor.

Desde el punto de vista de su nacimiento y las condiciones que lo rodearon, ¿podemos condenar a cualquiera de nuestros prójimos sin considerar cuál fue su comienzo?

O miremos el bautismo de Jesús de Nazaret. “Entonces vino Jesús desde Galilea al Jordán a Juan para ser bautizado por él”. Para ser bautizado por Juan, la gente estaba en fila a lo largo de la orilla del río Jordán. ¿Podemos imaginar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” de pie allí, pacientemente, en la línea entre un ladrón arrepentido y una mujer de la calle, esperando su turno para ser bautizado con los otros? No podemos imaginarlo de otra manera porque El vino para servir y no para ser servido. Para salvar y no para condenar.

Testifico, de acuerdo a mi propia experiencia, de que si aquella a quien Dios uso para guiarme a un relación personal con Jesucristo de alguna manera o haciendo cualquier inferencia, hubiera intentado condenarme durante aquellos primeros días tensos cuando el Espíritu Santo trabajaba dentro mi corazón, ¡yo ahora no estaría escribiendo estas líneas! Ahora sé lo difícil que resultó. No es fácil, para quien ama a Jesús por encima de todo, quedarse sentado escuchando blasfemar su Nombre. No es fácil tener una razón en la vida para dejarse ridiculizar. No es fácil ser ridiculizado por Cristo.

Pero tampoco fue fácil para El colgar mientras oía su propia sangre brotando de su cuerpo torturado y orar por el perdón de aquellos que lo crucificaban. No fueron necesarios la habitual docena de hombres al ponerlo plano sobre la cruz. Estuvo allí yacente, sin ofrecer resistencia, sin hacer movimientos defensivos mientras los agudos clavos eran metidos en sus manos y pies extendidos. Cuando la cruz fue levantada y colocada en un hoyo cavado en la tierra, no lanzó gritos de protestas. Oró pidiendo el perdón de aquellos que le levantaban. En este punto de vista desde la cruz está el secreto abierto para el discipulado, disponible para ti y para mí.

Si hemos de tener el punto de vista de Cristo, no podemos condenar; solo podemos atender.


Extraído del libro Descubrimientos de Eugenia Price

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