1 nov 2008

El Privilegio de Orar -Parte 2-

Orad en vuestra habitación; y al ir a vuestro trabajo cotidiano, levantad a menudo vuestro corazón a Dios. De este modo anduvo Enoc con Dios. Esas oraciones silenciosas llegan como precioso incienso al trono de la gracia. Satanás no puede vencer a aquel cuyo corazón esta así apoyado en Dios. No hay tiempo o lugar en que sea impropio orar a Dios. No hay nada que pueda impedirnos elevar nuestro corazón en ferviente oración. En medio de las multitudes y del afán de nuestros negocios, podemos ofrecer a Dios nuestras peticiones e implorar la divina dirección, como lo hizo Nehemías cuando hizo la petición delante del rey Artajerjes. En dondequiera que estemos podemos estar en comunión con él. Debemos tener abierta continuamente la puerta del corazón, e invitar siempre a Jesús a venir y morar en el alma como huésped celestial. Aunque estemos rodeados de una atmósfera corrompida y manchada, no necesitamos respirar sus miasmas, antes bien podemos vivir en la atmósfera limpia del cielo. Podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento perverso, elevando el alma a Dios mediante la oración sincera. Aquellos cuyo corazón esté abierto para recibir el apoyo y la bendición de Dios, andarán en una atmósfera más santa que la del mundo y tendrán constante comunión con el cielo. Necesitamos tener ideas más claras de Jesús y una comprensión más completa de las realidades eternas. La hermosura de la santidad ha de consolar el corazón de los hijos de Dios: y para que esto se lleve a cabo, debemos buscar las revelaciones divinas de las cosas celestiales. Extiéndase y elévese el alma para que Dios pueda concedernos respirar la atmósfera celestial. Podemos mantenernos tan cerca de Dios que en cualquier prueba inesperada nuestros pensamientos se vuelvan a él tan naturalmente como la flor se vuelve al sol. Presentad a Dios vuestras necesidades, gozos, tristezas, cuidados y temores. No podéis agobiarlo ni cansarlo. El que tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, no es indiferente a las necesidades de sus hijos. "Porque el Señor es muy misericordioso y compasivo' (Santiago 5: 11). Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas y aún por nuestra presentación de ellas. Llevadle todo lo que confunda vuestra mente. Ninguna cosa es demasiado grande para que él no la pueda soportar; él sostiene los mundos y gobierna todos los asuntos del universo. Ninguna cosa que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeña que él no la note. No hay en nuestra experiencia ningún pasaje tan oscuro que él no pueda leer, ni perplejidad tan grande que él no pueda desenredar. Ninguna calamidad puede acaecer al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrar, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial esté al tanto de ello, sin que tome en ello un interés inmediato. El "sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas" (Salmo 147: 3). Las relaciones entre Dios y cada una de las almas son tan claras y plenas como si no hubiese otra alma por la cual hubiera dado a su Hijo amado. Jesús decía: "Pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros; porque el Padre mismo os ama' (S. Juan 16: 26, 27 ) "Yo os elegí a vosotros... para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé" (S. Juan 15: 16). Orar en nombre de Jesús es más que una mera mención de su nombre al principio y al fin de la oración. Es orar con los sentimientos y el espíritu de Jesús, creyendo en sus promesas, confiando en su gracia y haciendo sus obras. Dios no pretende que algunos de nosotros nos hagamos ermitaños o monjes, ni que nos retiremos del mundo a fin de consagrarnos a los actos de adoración. Nuestra vida debe ser como la vida de Cristo, que estaba repartida entre la montaña y la multitud. El que no hace nada más que orar, pronto dejará de hacerlo o sus oraciones llegarán a ser una rutina formal. Cuando los hombres se alejan de la vida social, de la esfera del deber cristiano y de la obligación de llevar su cruz; cuando dejan de trabajar ardientemente por el Maestro que trabajaba con ardor por ellos, pierden lo esencial de la oración y no tienen ya estímulo para la devoción. Sus oraciones llegan a ser personales y egoístas. No pueden orar por las necesidades de la humanidad o la extensión del reino de Cristo, ni pedir fuerza con que trabajar. Sufrimos una pérdida cuando descuidamos la oportunidad de asociarnos para fortalecernos y edificarnos mutuamente en el servicio de Dios. Las verdades de su Palabra pierden en nuestras almas su vivacidad e importancia. Nuestros corazones dejan de ser alumbrados y vivificados por la influencia santificadora y declinamos en espiritualidad. En nuestra asociación como cristianos perdemos mucho por falta de simpatías mutuas. El que se encierra completamente dentro de sí mismo no esta ocupando la posición que Dios le señaló. El cultivo apropiado de los elementos sociales de nuestra naturaleza nos hace simpatizar con otros y es para nosotros un medio de desarrollarnos y fortalecernos en el servicio de Dios. Si todos los cristianos se asociaran, hablando entre ellos del amor de Dios y de las preciosas verdades de la redención, su corazón se robustecería y se edificarían mutuamente. Aprendamos diariamente más de nuestro Padre celestial, obteniendo una nueva experiencia de su gracia, y entonces desearemos hablar de su amor; así nuestro propio corazón se encenderá y reanimará. Si pensáramos y habláramos más de Jesús y menos de nosotros mismos, tendríamos mucho más de su presencia. Si tan sólo pensáramos en él tantas veces como tenemos pruebas de su cuidado por nosotros, lo tendríamos siempre presente en nuestros pensamientos y nos deleitaríamos en hablar de él y en alabarle. Hablamos de las cosas temporales porque tenemos interés en ellas. Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones infinitamente mayores para amar a Dios que para amar a nuestros amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo tenerlo como el primero en todos nuestros pensamientos, hablar de su bondad y alabar su poder. Los ricos dones que ha derramado sobre nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; antes bien, debieran hacernos acordar constantemente de él y unirnos por medio de los vínculos del amor y gratitud a nuestro celestial Benefactor. Vivimos demasiado apegados a lo terreno. Levantemos nuestros ojos hacia la puerta abierta del santuario celestial, donde la luz de la gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien "también puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de él" (Hebreos 7: 25). Debemos alabar más a Dios por su misericordia "y sus maravillas para con los hijos de Adán' (Salmo 107: 8). Nuestros ejercicios de devoción no deben consistir enteramente en pedir y recibir. No estemos pensando siempre en nuestras necesidades y nunca en las bendiciones que recibimos. No oramos nunca demasiado, pero somos muy parcos en dar gracias. Somos diariamente los recipientes de las misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresamos, cuán poco lo alabamos por lo que ha hecho por nosotros! Antiguamente el Señor ordenó esto a Israel, para cuando se congregara para su servicio: "Y los comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios; y os regocijaréis vosotros y vuestras familias en toda empresa de vuestra mano, en que os habrá bendecido Jehová vuestro Dios" (Deuteronomio 12: 7). Aquello que se hace para la gloria de Dios debe hacerse con alegría, con cánticos de alabanza y acción de gracias, no con tristeza y semblante adusto. Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso. Su servicio no debe mirarse como una cosa que entristece, como un ejercicio que desagrada. Debe ser un placer adorar al Señor y participar en su obra. Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó una salvación tan grande, trabajen como si él fuera un amo duro y exigente. El es nuestro mejor amigo, y cuando lo adoramos, quiere estar con nosotros para bendecirnos y confortarnos, llenando nuestro corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos se consuelen en su servicio y hallen más placer que penalidad en el trabajo. El quiere que los que lo adoran saquen pensamientos preciosos de su cuidado y amor, para que estén siempre contentos y tengan gracia para conducirse honesta y fielmente en todas las cosas. Es preciso juntarnos en torno de la cruz. Cristo, y Cristo crucificado, debe ser el tema de nuestra meditación, conversación y más gozosa emoción. Debemos tener presentes todas las bendiciones que recibimos de Dios, y al darnos cuenta de su gran amor, debiéramos estar prontos a confiar todas las cosas a la mano que fue clavada en la cruz por nosotros. El alma puede elevarse hasta el cielo en las alas de la alabanza. Dios es adorado con cánticos y música en las mansiones celestiales, y al expresarle nuestra gratitud, nos aproximamos al culto de los habitantes del cielo. "El que ofrece sacrificio de alabanza me glorificará' (Salmo 50: 23). Presentémonos, pues, con gozo reverente delante de nuestro Creador con "acciones de gracias y voz de melodía" (Isaías 51: 3).

26 oct 2008

El Privilegio de Orar -Parte 1-

DIOS nos habla por la naturaleza y por la revelación, por su providencia y por la influencia de su Espíritu. Pero esto no es suficiente, necesitamos abrirle nuestro corazón. Para tener vida y energía espirituales debemos tener verdadero intercambio con nuestro Padre celestial. Puede ser nuestra mente atraída hacia él; podemos meditar en sus obras, sus misericordias, sus bendiciones; pero esto no es, en el sentido pleno de la palabra, estar en comunión con él. Para ponernos en comunión con Dios, debemos tener algo que decirle tocante a nuestra vida real.
Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a él.
Cuando Jesús estuvo sobre la tierra, enseñó a sus discípulos a orar. Les enseñó a presentar Dios sus necesidades diarias y a echar toda su solicitud sobre él. Y la seguridad que les dio de que sus oraciones serían oídas, nos es dada también a nosotros.
Jesús mismo, cuando habitó entre los hombres, oraba frecuentemente. Nuestro Salvador se identificó con nuestras necesidades y flaquezas convirtiéndose en un suplicante que imploraba de su Padre nueva provisión de fuerza, para avanzar fortalecido para el deber y la prueba. El es nuestro ejemplo en todas las cosas. Es un hermano en nuestras debilidades, "tentado en todo así como nosotros", pero como ser inmaculado, rehuyó el mal; sufrió las luchas y torturas de alma de un mundo de pecado. Como humano, la oración fue para él una necesidad y un privilegio. Encontraba consuelo y gozo en estar en comunión con su Padre. Y si el Salvador de los hombres, el Hijo de Dios, sintió la necesidad de orar, ¡cuánto más nosotros, débiles mortales, manchados por el pecado, no debemos sentir la necesidad de orar con fervor y constancia!
Nuestro Padre celestial está esperando para derramar sobre nosotros la plenitud de sus bendiciones. Es privilegio nuestro beber abundantemente en la fuente de amor infinito. ¡Qué extraño que oremos tan poco! Dios está pronto y dispuesto a oír la oración sincera del más humilde de sus hijos y, sin embargo, hay de nuestra parte mucha cavilación para presentar nuestras necesidades delante de Dios. ¿Qué pueden pensar los ángeles del cielo de los pobres y desvalidos seres humanos, que están sujetos a la tentación, cuando el gran Dios lleno de infinito amor se compadece de ellos y está pronto para darles más de lo que pueden pedir o pensar y que, sin embargo, oran tan poco y tienen tan poca fe? Los ángeles se deleitan en postrarse delante de Dios, se deleitan en estar cerca de él. Es su mayor delicia estar en comunión con Dios; y con todo, los hijos de los hombres, que tanto necesitan la ayuda que Dios solamente puede dar, parecen satisfechos andando sin la luz del Espíritu ni la compañía de su presencia.
Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración. Las tentaciones secretas del enemigo los incitan al pecado; y todo porque no se valen del privilegio que Dios les ha concedido de la bendita oración. ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia? Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que, no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación.
Hay ciertas condiciones según las cuales Podemos esperar que Dios oiga y conteste nuestras oraciones. Una de las primeras es que sintamos necesidad de su ayuda. El nos ha hecho esta promesa: "Porque derramaré aguas sobre la tierra sedienta, y corrientes sobre el sequedal' (Isaías 44: 3). Los que tienen hambre y sed de justicia, los que suspiran por Dios, pueden estar seguros de que serán hartos. El corazón debe estar abierto a la influencia del Espíritu; de otra manera no puede recibir las bendiciones de Dios.
Nuestra gran necesidad es en sí misma un argumento y habla elocuentemente en nuestro favor. Pero se necesita buscar al Señor para que haga estas cosas por nosotros. Pues dice: "Pedid, y se os dará" (S. Mateo 7: 7 ). Y "el que ni aún a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar también de pura gracia, todas las cosas juntamente con él?" (Romanos 8: 32).
Si toleramos la iniquidad en nuestro corazón, si estamos apegados a algún pecado conocido, el Señor no nos oirá; mas la oración del alma arrepentida y contrita será siempre aceptada. Cuando hayamos confesado con corazón contrito todos nuestros pecados conocidos, podremos esperar que Dios conteste nuestras peticiones. Nuestros propios méritos nunca nos recomendarán a la gracia de Dios. Es el mérito de Jesús lo que nos salva y su sangre lo que nos limpia; sin embargo, nosotros tenemos una obra que hacer para cumplir las condiciones de la aceptación. La oración eficaz tiene otro elemento: la fe. "Porque es preciso que el que viene a Dios, crea que existe, y que se ha constituido remunerador de los que le buscan" (Hebreos 11: 6 ). Jesús dijo a sus discípulos: "Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis". (S. Marcos 11: 24). ¿Creemos al pie de la letra todo lo que nos dice?
La seguridad es amplia e ilimitada, y fiel es el que ha prometido. Cuando no recibimos precisamente las cosas que pedimos y al instante, debemos creer aún que el Señor oye y que contestará nuestras oraciones. Somos tan cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos ver todas las cosas como realmente son. Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, debemos aferrarnos a la promesa; porque el tiempo de recibir contestación seguramente vendrá y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. Por supuesto, pretender que nuestras oraciones sean siempre contestadas en la misma forma y según la cosa particular que pidamos, es presunción. Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad. Así que no temáis confiar en él, aunque no veáis la inmediata respuesta de vuestras oraciones. Confiad en la seguridad de su promesa: "Pedid, y se os dará".
Si consultamos nuestras dudas y temores, o procuramos resolver cada cosa que no veamos claramente, antes de tener fe, solamente se acrecentarán y profundizarán las perplejidades. Mas si venimos a Dios sintiéndonos desamparados y necesitados, como realmente somos, si venimos con humildad y con la verdadera certidumbre de la fe le presentamos nuestras necesidades a Aquel cuyo conocimiento es infinito, a quien nada se le oculta y quien gobierna todas las cosas por su voluntad y palabra, él puede y quiere atender nuestro clamor y hacer resplandecer su luz en nuestro corazón. Por la oración sincera nos ponemos en comunicación con la 97 mente del Infinito. Quizás no tengamos al instante ninguna prueba notable de que el rostro de nuestro Redentor está inclinado hacia nosotros con compasión y amor; sin embargo es así. No podemos sentir su toque manifiesto, mas su mano nos sustenta con amor y piadosa ternura.
Cuando imploramos misericordia y bendición de Dios, debemos tener un espíritu de amor y perdón en nuestro propio corazón. ¿Cómo podemos orar: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (S. Mateo 6:12) y abrigar, sin embargo, un espíritu que no perdona? Si esperamos que nuestras oraciones sean oídas, debemos perdonar a otros como esperamos ser perdonados nosotros.
La perseverancia en la oración ha sido constituida en condición para recibir. Debemos orar siempre si queremos crecer en fe y en experiencia. Debemos ser "perseverantes en la oración" (Romanos 12: 12). "Perseverad en la oración, velando en ella, con acciones de gracia". (Colosenses 4: 2). El apóstol Pedro exhorta a los cristianos a que sean "sobrios, y vigilantes en las oraciones" (1 S. Pedro 4: 7). San Pablo ordena: "En todas las circunstancias, por medio de la oración y la plegaria, con acciones de gracias, dense a conocer vuestras peticiones a Dios" (Filipenses 4: 6). "Vosotros empero, hermanos,... - dice Judas - orando en el Espíritu Santo, guardaos en el amor de Dios" (S. Judas 20, 21). Orar sin cesar es mantener una unión no interrumpida del alma con Dios, de modo que la vida de Dios fluya a la nuestra; y de nuestra vida la pureza y la santidad refluyan a Dios.
Es necesario ser diligentes en la oración; ninguna cosa os lo impida. Haced cuanto podáis para que haya una comunión continua entre Jesús y vuestra alma. Aprovechad toda oportunidad de ir donde se suela orar. Los que están realmente procurando estar en comunión con Dios, asistirán a los cultos de oración, fieles en cumplir su deber, ávidos y ansiosos de cosechar todos los beneficios que puedan alcanzar. Aprovecharán toda oportunidad de colocarse donde puedan recibir rayos de luz celestial.
Debemos también orar en el círculo de nuestra familia; y sobre todo no descuidar la oración privada, porque ésta es la vida del alma. Es imposible que el alma florezca cuando se descuida la oración. La sola oración pública o con la familia no es suficiente. En medio de la soledad abrid vuestra alma al ojo penetrante de Dios. La oración secreta sólo debe ser oída del que escudriña los corazones: Dios. Ningún oído curioso debe recibir el peso de tales peticiones. En la oración privada el alma esta libre de las influencias del ambiente, libre de excitación. Tranquila pero fervientemente se extenderá la oración hacia Dios. Dulce y permanente será la influencia que dimana de Aquel que ve en lo secreto, cuyo oído está abierto a la oración que sale de lo profundo del alma. Por una fe sencilla y tranquila el alma se mantiene en comunión con Dios y recoge los rayos de la luz divina para fortalecerse y sostenerse en la lucha contra Satanás. Dios es el castillo de nuestra fortaleza.

14 sept 2008

NO HAY CASOS DESESPERADOS

Cuando un verdadero discípulo de Cristo pensaba en los vastos e inacabables recursos de Aquel a quien seguía, escribió sobre “Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

Por supuesto, el discípulo era San Pablo. Alguien que, fuera de toda duda, tenía el punto de vista de Jesucristo. Y, dado que él tenía ese punto de vista, Pablo sabía definidamente que si él se ponía suficientemente fuera del camino el Espíritu Santo de Dios podía y quería actuar a través de él (Pablo) “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

Nosotros, los seguidores de Cristo, ¿realmente lo creemos? Decimos que creemos que la Biblia es el santo libro inspirado de Dios. Decimos que creemos en las epístolas paulinas, pero ¿realmente creemos que Jesucristo puede hacer las cosas mucho más abundantes de lo que pedimos o entendemos? Si es así, ¿por qué no actuamos de acuerdo a esa promesa?

¿Creemos o no creemos que hay casos desesperados en los cuales Cristo no puede hacer nada? Estoy impulsada a repetir la pregunta no por nosotros sino por El:

Como creyentes, ¿creemos o no que hay casos desesperados en los que cristo no puede intervenir?

¿Qué del alcohólico o del mentiroso inveterado o del jugador o de la prostituta con sus vidas de desesperación y fracaso? ¿Qué de esa gente? Cuando escribo estas líneas, casi estoy oyendo sonar mi teléfono, esperando contra esperanza que un alcohólico de buen corazón, de maneras elegantes pero al parecer desesperante llamará desde alguna parte de las sombras frías y lluviosas de esta noche de Chicago. Confío que Dios hará que este muchacho finalmente comience a actuar según el conocimiento que él tiene sobre su caso “desesperado”. Por diez años, ha sabido lo que tenia que hacer. Sabe que debe rendir la última copa a Cristo. Mi amiga y yo hemos estado orando y esforzándonos con el durante mas de 2 años. Su madre cristiana en Little Rock ora con nosotros y cree con nosotras que, aun cuando los años se están acumulando sobre su hijo, no hay tal cosa como un caso desesperado para Jesucristo.

No hay casos desesperados para Cristo. Si creemos que los hay, estamos mirando el pecado del presunto caso desesperado y no al pecador. Simplemente no estamos mirando a Cristo y sus recursos. No hay casos desesperados para Aquel que es capaz de “hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos”.

Un creyente me apretó la mano después de un compromiso de predicación no hace mucho y sacudió pensativamente su cabeza mientras preguntaba: “¿Cómo se atreve usted a pararse allí y prometer que hay casos desesperados cuando solo ha sido cristiana por un corto tiempo? Mi cuñado ha sido alcohólico durante veinte años. Nunca hemos dejado de orar para Dios lo cambie. Pero sigue en ello. ¡Y hemos decidido que es un caso desesperado!”

Yo puedo pararme en cualquier parte y prometer a cualquiera que no hay casos desesperados para Cristo basándome en la total autoridad del mismo Hijo, que dijo: “He venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia”.

Puedo prometer que en El no hay casos desesperados porque mi Señor se atrevió a decir de sí mismo lo que ningún ser humano jamás se atrevió a decir: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y no quería decir un camino de tinieblas y desesperación y pecado y encierro en sí mismo. Quería decir el Camino de la libertad y la esperanza y la vida eterna. Quería decir el camino fuera de las tinieblas a la Luz de su Amor. Y si Cristo Jesús no puede apoyar las declaraciones que hizo, si no pude sostener las sorprendentes declaraciones que pronunció, entonces es el farsante más grande que jamás haya caminado en la faz de este mundo. Si no pude creer en El, ¿a quién voy a creer?

Más que eso, aún que ser capaz de poner todo su peso sobre la promesa de Cristo, sobre la palabra hablada por Cristo, puedo prometer a cualquiera, en cualquier momento, en cualquier parte que en El no hay casos desesperados, ¡porque El pudo redimirme a mi!

Muy tranquila y calmadamente, baso mi vida eterna en el hecho de mi Salvador y mi Señor Jesucristo. Sé que cuando el miró y me vio tres años y medios atrás, no vio para nada un caso desesperado. Vio a otra criatura de las suyas, que había retorcido todo su plan y su naturaleza por el pecado y su capricho y dureza de corazón. Vio a alguien de su creación dando casi completamente la espalda a lo que El había planeado para ella. Pero no vio para nada un caso desesperado. Porque El se conocía a Sí mismo. Me vio a mí desde el punto de vista de si mismo. Y conocía sus propios recursos.

El verdadero discípulo, si Cristo ha de poder usar sus recursos a través de él mientras camina por esta tierra llena de problemas, debe tener el punto de vista de su señor. Y Jesucristo sabe que para El no hay casos desesperados.


Extraído del Libro Descubrimientos de Eugenia Price

31 ago 2008

NO HAY CONDENACIÓN

Nos hemos detenido en algo en lo que significa tener el punto de vista de cristo. Declaramos que es imposible para un cristiano ser un verdadero discípulo a menos que posea como propio el punto de vista de Cristo. He descubierto que eso es invariablemente cierto en mi propia vida personal. A menos que miremos un dilema en la vida de otro tal como Cristo lo ve, no somos capaces de ayudar a esa persona a tener una solución duradera al problema. A menos que enfrentemos los problemas que surgen en nuestra propia vida con el punto de vista de Aquel que nos ha redimido, no encontraremos soluciones viables.

Pero aun mas importante que ver los problemas desde el punto de vista de Cristo es la necesidad absoluta de mirar a otras personas, sean creyentes o incrédulos, como Jesucristo las mira. Para hacerlo. Para hacerlo, debemos salir completamente del marco. Con una percepción meramente humana, no importa lo adiestrado o agudo de la percepción, simplemente no podemos ver a los demás como los ve Jesucristo. Los vemos confundidos por nuestros impedimentos. Los vemos quebrados y machacados en los bordes, porque con demasiada frecuencia les meramos desde el punto de vista de la autojustificación, especialmente si ocurre que no hemos tenido la carga de algunas faltas o pecados particulares bajo los cuales pena nuestro prójimo. Lo vemos oscurecido a través de nuestra propia justicia. Lo vemos de un modo avieso y parcial porque ocurre que ellos han caído en un hoyo particular que, por la gracia de Dios, nosotros hemos sobrepasado.

O los vemos como extraños, fuera de nuestro mundo, mas allá de nuestra comprensión y por tanto con la casi imposibilidad de ser ayudados porque no hemos compartido su tribulación o pecado particular. Por ejemplo, si no hemos bebido poco ni mucho, miramos con ojos asombrados al alcohólico que sencillamente no puede dejar la botella aunque él o ella vena el daño que les está causando.

Nosotros, seres humanos, distorsionaremos a nuestro prójimo a través de nuestros ojos espirituales, a menos que tengamos el punto de vista de cristo. Y al fin solo podemos tenerlo por una rendición completa y total de nuestro yo (incluyendo nuestros preciados puntos de vista) en las manos del Dios viviente. Solo Cristo por medio del Espíritu Santo puede darnos el punto de vista que El tiene.

Creemos que el punto de vista de Cristo debe comenzar en la cruz de Cristo. No podemos mirar a nuestros prójimos humanos con el punto de vista de Cristo a menos que los veamos tal como El los ve: ¡Desde la cruz! y el punto de vista Cristo de la cruz es resumido en sus propias palabras, dichas desde ese instrumento de tortura: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”

Por lo tanto, el punto de vista de Cristo debe ser de no condenación, porque un punto de vista condenatorio implica solo una cosa: la justicia propia dentro del corazón del que condena. Y la justicia propia dentro del creyente implica solo una cosa: el punto de vista del creyente más que el punto de vista de Aquel en quien cree.

El círculo es vicioso y sutil.

Pero mirémonos en el molde de la vida terrenal de nuestro Señor por un momento. Nació en el lugar más humilde que pueda nacer un hombre. Creo que el Padre escogió un establo para lugar de nacimiento de su Hijo, para que ningún ser humano en las épocas venideras pudiera decir: “Mi trasfondo no es bastante bueno para poder ser cristiano”. Nadie, nadie puede nacer con un ambiente más pobre que el de nuestro Señor.

Desde el punto de vista de su nacimiento y las condiciones que lo rodearon, ¿podemos condenar a cualquiera de nuestros prójimos sin considerar cuál fue su comienzo?

O miremos el bautismo de Jesús de Nazaret. “Entonces vino Jesús desde Galilea al Jordán a Juan para ser bautizado por él”. Para ser bautizado por Juan, la gente estaba en fila a lo largo de la orilla del río Jordán. ¿Podemos imaginar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” de pie allí, pacientemente, en la línea entre un ladrón arrepentido y una mujer de la calle, esperando su turno para ser bautizado con los otros? No podemos imaginarlo de otra manera porque El vino para servir y no para ser servido. Para salvar y no para condenar.

Testifico, de acuerdo a mi propia experiencia, de que si aquella a quien Dios uso para guiarme a un relación personal con Jesucristo de alguna manera o haciendo cualquier inferencia, hubiera intentado condenarme durante aquellos primeros días tensos cuando el Espíritu Santo trabajaba dentro mi corazón, ¡yo ahora no estaría escribiendo estas líneas! Ahora sé lo difícil que resultó. No es fácil, para quien ama a Jesús por encima de todo, quedarse sentado escuchando blasfemar su Nombre. No es fácil tener una razón en la vida para dejarse ridiculizar. No es fácil ser ridiculizado por Cristo.

Pero tampoco fue fácil para El colgar mientras oía su propia sangre brotando de su cuerpo torturado y orar por el perdón de aquellos que lo crucificaban. No fueron necesarios la habitual docena de hombres al ponerlo plano sobre la cruz. Estuvo allí yacente, sin ofrecer resistencia, sin hacer movimientos defensivos mientras los agudos clavos eran metidos en sus manos y pies extendidos. Cuando la cruz fue levantada y colocada en un hoyo cavado en la tierra, no lanzó gritos de protestas. Oró pidiendo el perdón de aquellos que le levantaban. En este punto de vista desde la cruz está el secreto abierto para el discipulado, disponible para ti y para mí.

Si hemos de tener el punto de vista de Cristo, no podemos condenar; solo podemos atender.


Extraído del libro Descubrimientos de Eugenia Price

18 ago 2008

Salmo 62:5 En Dios solamente reposa mi alma, porque de él viene mi esperanza.

Este texto ha sido traducido en la versión portuguesa de la siguiente manera “Solamente en Dios ¡OH alma mía!, espera silenciosa, porque de él viene mi esperanza”. En un mundo agitado como el nuestro, desde niños aprendemos a correr y correr sin tener tiempo para estar solos y mucho menos para quedar a solas con Dios.

La comunión con Cristo no consiste solo en orar, estudiar la Biblia y testificar. También es necesario “esperar silenciosamente en Dios”. ¿Por qué no permanecer algunos minutos en silencio, meditando en el amor de Dios, en su grandeza y misericordia, y alabando su nombre sin palabras?

La próxima vez que dediques tiempo a la comunión con Dios (Puede ser hoy mismo), practica la meditación. Mientras perseveras en la presencia de Dios sentirás que el Espíritu Santo comienza a operar suavemente en tu corazón. El te dará la seguridad de estar en la presencia de Dios Todopoderoso, aunque no estés sintiendo nada. Te llenara con una sensación de paz, fuerza y poder. El amor de Dios ahuyentara la tristeza, el desanimo y las preocupaciones por alguna prueba que puedas tener ante ti.

Entonces tu corazón quedara lleno de alegría, y sentirás el deseo de cantar y agradecer las bendiciones que tus ojos aun no vieron, pero que ya tienes la certeza de haber recibido. Ninguna orden se repite tan frecuentemente en la Biblia como la de alabar el nombre de Dios. Pero no existe alabanza sin meditación. En una meditación, en el silencio, es adonde el alma se encuentra con Dios y se deleita en las verdades eternas.

Con frecuencia hacemos de la oración un discurso a Dios. Hay poco dialogo. Alguien dijo que para cada corazón que dice: “Habla Señor que tu siervo oye”, hay diez que dicen: “oye Señor que tu siervo habla”, ¿Te diste cuenta de que tenemos tantas cosas para decirle a Dios, que raramente nos sobra tiempo para tratar de oír su voz? A su vez, que Dios nos haya dado dos oídos y una lengua. ¿No querrá decir de alguna forma que debemos oír el doble de lo que hablamos?

¿Cómo puedo oír a Dios? ¿Debo sentir su voz en medio del dormitorio? Probablemente no. Pero si después de leer la Biblia y orar, separamos tiempo para meditar en silencio, el Espíritu Santo despertara convicciones profundas en nuestro corazón. Hará que las verdades que pasaron inadvertidas en la lectura de la Biblia, adquieran, de repente, vida y significado para las circunstancia que estamos enfrentando...

Oír interiormente es un don dado por Dios a todos sus hijos, y como todo don, necesita ser desarrollado y requiere experiencia. Necesitamos comenzar, diciendo por ejemplo: “Señor. ¿Qué tienes para decirme hoy? Luego permanece en silencio. El sabe que en ese momento nuestro corazón esta receptivo. Con certeza quedaras maravillado con las cosas que el Padre tiene reservado para ti.

Alejandro Bullón